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El Faro

Actualizado: 26 jul

El Faro

"¿Se dan cuenta?

Hoy Roma le dijo que no a estos fachos”


La historia se hace presente en nuestros cuerpos a través de la memoria que carga nuestra piel. La cual, simplemente, no sabe olvidar. Tal es así, que ni décadas ni kilómetros contados de a miles pueden desaparecer algunos fantasmas.


Sobre el final de una actividad que organiza ansiosa y apasionadamente, Ángelo nos relata el terror que acompañó su infancia en los 70-80s en Buenos Aires. Aún se estremece al relatar la sensación de miedo que tiñó aquellos años: alcanzaba jugar con amigos a la pelota en la calle para ser candidato al verdugueo por la milicada que gobernaba de facto el país. En su cuero quedó de aquellos años un prontuario para nada despreciable: experiencias de detención y tortura en comisarías, un simulacro de fusilamiento a plena luz del día y amenaza de silencio como consigna para las 24 horas.


Cuentan los manuales de historia que el 24 de marzo de 1976 se inició en Argentina una dictadura genocida que duró 7 años. Correcto. Pero lo justo es decir, que algunas de las escalofriantes historias recién relatadas continuaron sucediendo aún con el retorno de la democracia formal el 83. Tal vez precisamente por esta continuidad ineludible de formas de violencia hacia todo lo popular, lo vivo, lo incontrolable, callejero, es que resultaría imposible explicar por qué cada aniversario de marzo, sucede en el país una movilización de la fuerza y magnitud a la que estamos acostumbrados. Evidentemente, continúase jugando una batalla por el sentido de toda una época, el relato de un tiempo aún abierto.

 

 Es tal el esfuerzo de fuerzas antiguas por seguir existiendo que, a veces, algunos muertos logran encontrar nuevos cuerpos para continuar vivos. Tomemos nota cómo hoy toma muy pocos minutos en cualquier conversación llegar hasta una de las sensaciones reinantes: Perplejidad. Perplejidad ante tanta crueldad. De la perpejidad de ahora al terror de la dictadura hay unos pocos pero terribles pasos que conviene tomar con seriedad.


Perplejo está aquel que se encuentra, de pronto, sin coordenada alguna de dirección ante la realidad que se le presenta como increíble. Si lo que no faltan son indignados, ¿cómo es tanta la quietud?¿Por qué la cultura de la indignación no cede a movimientos centrífugos?¿Por qué no abundan las expresiones culturales novedosas, los proyectos políticos conmovedores, las propuestas alucinantes?¿Dónde está la fuerza que crea los héroes? Por fortuna, pareciéramos estar encontrando un primer antídoto a este síntoma: tal vez no podamos entender lo que sucede en frente nuestro, pero sí podamos explicar lo que nos sucede.


Aquel marzo nos encontrábamos en Roma por fortuna y por casualidad, y en cuanto vimos la convocatoria a la actividad del 24 en Gianicolo, la cita para nosotros era un hecho concretado. No eran pocas las preguntas que nos agitaban alrededor de qué iba a suceder, pero el caso es que la actividad fue simplemente excelente, bastante más de lo que podíamos imaginar.


Fotos homenaje a ausentes, oradores que acá y allá combatieron el terrorismo de estado, hijos e hijas de militantes desaparecidos, sus símbolos políticos, adhesiones de organizaciones civiles como el club River Plate, vecinos de Trastevere acercándose a escuchar y participar del encuentro, recordándonos la sensibilidad que aún porta el pueblo italiano. Una concurrencia más que entrañable.


Cerrando la jornada, Ángelo mira el faro del Gianicolo brillando tricolor en la noche, -encendido hace minutos en homenaje a las víctimas del terrorismo de estado- saborea la luna plateada y brumosa que apareció para traernos buenos augurios. Y de pronto se da el lujo también de compartirme una clave. Su semblante es el de quien carga rabia acumulada de demasiados años de agachar la cabeza ante la prepotencia imbécil de los uniformados armados. Estas cicatrices, para sanar necesitaron elaborar una conclusión: algo hay que hacer porque no podemos acostumbrarnos a vivir con sensación de justicia pendiente.


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Yo, que al contrario del caracol, me encierro en espirales respecto al cómo y al qué hacer, descubro que se trata esencialmente de hacernos cargo de lo que nos sucede. Cuando Ángelo da cauce al malestar que lo habita, pasa al frente y es el sujeto de una revancha; y cuando esto se realiza a través de una intervención colectiva, surge algo aún mas potente: una fuerza, en su sentido más vivo.


Aquí y allá se hace evidente el malestar que circula subterráneamente en cada día que gira este mundo: mirá la cara de quien tenés al lado y con la sensibilidad suficiente, verás. Así mismo, este sistema ha sugerido ya un curso a ese sufrimiento: llevarlo a casa para sepultarlo, dado que es responsabilidad de uno todo el bienestar y malestar que atravesamos. Frente a esto, cada vez que un sufrimiento singular es no patologizado, allí hay otro cauce para lo vulnerable que merece festejarse como una pequeña victoria contra la lógica hiper-individualista. Aún más, cada vez que esto deriva en un encuentro con otros cuerpos -llenos de su propia potencia singular-, esta fuerza entra en el terreno del contra-poder político.

¿Fueron algo distinto acaso, aquellas Madres que sin tradición política se juntaron en la Plaza a exigir explicaciones por sus hijos a una dictadura asesina?


Lo que sucedió aquella tarde en el monte romano fue maravilloso, y bastó con que uno proponga el encuentro para que un enjambre de inquietos se acerque. Entendimos así: sobran y faltan encuentros que proponer.


Por lo pronto, en esta Argentina intolerablemente cruel, intentamos procurar lo mismo. Con antiguos compañeros y compañeras nos hemos estado reuniendo, leyendo, discutiendo. Tal vez este reencuentro es lo que nos permite mirar a los ojos al terror y sacudirnos de encima el frío de la perplejidad. No es casualidad que de estos mismos grupos de discusión y pensamiento hayan devenido amistades, amores: ¿no es acaso la amistad, la unidad perfecta para ser resistencia? Nuestra intuición es que de para convertir la amistad ociosa en resistencia ética, deben ligarse fuertes códigos de comunidad, de cuidado y de solidaridad.


Las inquietudes en estos grupos, se despliegan risomática e incontrolablemente. Probablemente, consecuencia de que desde la pandemia nos han sucedido demasiadas cosas que aún no podemos nombrar. Pero la experiencia misma del re-encuentro, del intento de comprender en comunidad qué nos sucede, el deseo de intervenir colectivamente, da respuestas que ni la mejor soledad de pensamiento podría dar. Y esta es, nuevamente, la fuerza del afecto que solo pueden los cuerpos: la fantasía de la auto-realización individual hija de la pandemia comienza a ser desmembrada. A pesar, incluso de que los monstruos que ha logrado engendrar, se sostengan de pie. Al decir del Eternauta: nadie se transforma solo.


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No son pocos los sargazos que amenazan con hundirnos. Los últimos años han trastocado esencialmente nuestra relación con el otro hacia la distancia y la extrañeza, y a esa extrañeza le han permeado discursos de odio para dar forma a estos fascismos del siglo XXI. La fragmentación y el terror son bloqueos eficaces contra la empatía y la solidaridad; y la sensibilidad, esa fascinante virtud de leer lo no dicho en el gesto de otro, parece estar demasiado dormida. Se distinguen dos caminos: encerrarnos en casa a tragarnos el sufrimiento a fuerza de Redes y series, o juntarnos a buscar con otr@s la punta del piolín que nos devele la razón sistémica del malestar, una salida colectiva.

Tenemos a los Ángelo, a las Noritas y las Hebe. Nos tenemos a nosotros mismos.

El silencio puede ser tramposo: es absoluto y reinante hasta que, con una sola voz, deja de ser. Habrá que hacerse cargo de si tanta crueldad nos parece adecuada o, en cambio, pasar al frente. Tal vez con encender un faro alcance a muchos para salir de la perplejidad; tal vez descubramos que, en verdad, esto que circulaba entre todos nosotros no era terror, sino simplemente silencio.

Lo que es seguro, es que de a dos será más fácil romperlo.

"(…)


Hoy Roma le dijo que no a estos fachos

¡Encendimos el faro!” 

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