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Entendámonos (?)

Actualizado: 26 jul

Capiamoci (?) Cosa guardiamo davvero quando scrolliamo?

Vivimos en un siglo donde la comunicación y el “discurso” están en todas partes, empezando por el universo de las redes sociales y lo digital, espacios donde el silencio parece una rareza: personalmente, todavía no vi ningún reel mudo ni con pantalla negra. Eso pasa, sencillamente, porque las plataformas sociales no fueron pensadas para alojar el silencio como contenido, salvo que ese silencio sea producto de una caída del sistema. El resultado es una sobrecomunicación, un zumbido constante que nos mantiene pegados a la pantalla como si estuviéramos participando sin pausa de una fiesta visual y sonora, futurista y permanente. Una fiesta donde, por cierto, no siempre hay humanos invitados.


De hecho, da la sensación de que los influencers están empezando a perder peso y solidez dentro de las redes sociales (basta pensar en el escándalo Ferragni o en los casos de fake diseases al otro lado del océano). En cambio, pareciera que el personaje tipo NPC —es decir, un “Non-Playable Character”, un actor secundario sin agencia, como en los videojuegos— está ganando mucho más terreno. Esa figura nacida de la última tendencia ocupa un lugar cada vez más visible en ese gigantesco y perpetuo carrusel que, poco a poco, se parece a un desfile de criaturas salido directamente de la película Paprika.

Da que pensar, entonces, que incluso la comunicación y el diálogo se están volviendo cada vez más deshumanizados, en favor de un intercambio interlocutivo que avanza hacia una guturalidad posthumana. Y, paradójicamente, esta tendencia parece estar generando una especie de incomprensión cargada de significado


Este artículo trata justamente de cómo ciertos memes, que en apariencia carecen de sentido, funcionan en realidad como potentes vehículos de información entre usuarios de distintos países y culturas que coinciden en una misma plataforma social. Un medio unificador que atraviesa las barreras de la incomprensión impuestas por las lenguas distintas.Pero antes, creo que es necesario recuperar algunos fundamentos de la pragmática del lenguaje y la comunicación. Teniendo en cuenta estos supuestos pragmáticos - cuyo significado no pretendo desglosar por completo en un contexto como este - quisiera enfocarme en un tipo particular de meme que apareció recientemente en Instagram: los memes brainrot o nonsense.


Nel 1962 uscii postumo How to Do Things with Words, uno dei lavori più importanti del linguista John Langshaw Austin. Il libro era incentrato sulla pragmatica del linguaggio e sul come sfruttare quest’ultimo per tenere una conversazione efficace e per raggiungere uno scopo comunicativo. A riguardo, Austin propose di scomporre un enunciato in tre atti: locutorio, illocutorio e perlocutorio. Con il primo, si intende l’atto di costruire l’enunciato attraverso le regole grammaticali e il lessico di una lingua di riferimento; con il secondo, si intende l’intenzione che coloro che producono il messaggio vogliono comunicare attraverso di esso; infine, con il terzo si intende l’effetto dell’enunciato, che può corrispondere all’intenzione dell’atto illocutorio o meno. 


En 1962 se publicó de forma póstuma How to Do Things with Words, una de las obras más influyentes del lingüista John Langshaw Austin. El libro se centraba en la pragmática del lenguaje y en cómo utilizarlo para mantener una conversación eficaz y alcanzar un objetivo comunicativo. Austin propuso descomponer un enunciado en tres actos: locutivo, ilocutivo y perlocutivo. El primero se refiere al acto de construir el enunciado siguiendo las reglas gramaticales y el léxico de una lengua; el segundo, a la intención que el emisor busca transmitir con ese enunciado; y el tercero, al efecto producido por el enunciado, que puede coincidir - o no - con la intención ilocutiva.

Estos supuestos pragmáticos fueron retomados, en 1969, por el lingüista John Searle quien los utilizó como base para formular una categorización más precisa de los actos lingüísticos. A continuación, se presentan algunas definiciones que, aunque solo los representan parcialmente, resumen adecuadamente dichos conceptos:

  • Representativos/Asertivos: actos mediante los cuales se sostiene, comunica o declara un conocimiento o una creencia por parte del hablante.

  • Directivos: actos orientados a pedir, ordenar o aconsejar algo que el hablante desea que el oyente haga (o no haga).

  • Compromisivos: actos como prometer, ofrecer, acordar o amenazar con una acción futura por parte del hablante.

  • Expresivos: actos como agradecer, saludar, felicitar o denunciar, donde el hablante manifiesta una disposición subjetiva o emocional, con el fin de establecer o mantener vínculos sociales.

  • Declarativos: actos como nombrar, declarar, bautizar, mediante los cuales el hablante ejerce un poder simbólico dentro de un contexto institucional.


Capiamoci (?) Cosa guardiamo davvero quando scrolliamo?

Volviendo al universo de los memes, los más recientes en aparecer en Instagram y TikTok pertenecen a lo que se ha llamado el Italian Brainrot, una corriente que se ha apoderado de los feeds en todo el mundo. Si bien considero que esta wave es ligeramente distinta de las anteriores formas de nonsense, ya que deja entrever cierta intención narrativa y la construcción de una lore entre personajes, su tendencia al sinsentido ya se había manifestado en oleadas previas como el deep fried meme - una técnica de edición en la que se personaliza un meme básico agregando múltiples layers (capas) - o el meme del pajarito Pukeko, conocido por sus patas larguísimas y desproporcionadas respecto al cuerpo, al que se le suman gritos exagerados con palabras (aparentemente) aleatorias.


Lo interesante de este tipo de memes es que, aunque siguen siendo actos locutivos, su función ilocutiva y perlocutiva parece diluirse: la construcción morfosintáctica funciona, pero en realidad estos memes no quieren decir nada ni “sirven” para nada. Y, sin embargo, ahí es donde ocurre la verdadera paradoja lingüística. Aun limitándose a un acto estrictamente ligado a la superficie del signo - es decir, al significante -, este tipo de memes logra explicitar una función expresiva, en detrimento de una función asertiva, haciendo saber al receptor que el emisor y él mismo forman parte en cierto modo de un mismo grupo social.


Por supuesto, esto también tiene que ver con el algoritmo. Sin embargo, es cierto que ese algoritmo se construye a partir de nuestros propios likes y comentarios, es decir, de esas herramientas que nos permiten expresar lo que nos gusta o – quizás - lo que nos hace sentir algo. Llevado al plano de la realidad, es como si los asistentes a una fiesta pudieran comunicar su estatus social y reconocerse como parte de un grupo a través de simples gruñidos o palabras descontextualizadas, como si ya no importara quién emite el mensaje ni cuál es su intención, sino únicamente el mensaje en sí. Trasladado al universo de las redes, parece cobrar más importancia un contenido absurdo y despersonalizado que la voz de un/a influencer, que transmite frases cuidadosamente pensadas, una detrás de la otra.


Claro está que no se pretende afirmar que esta suposición valga para todos los usuarios, ya que cada quien tiene sus propias preferencias respecto a los contenidos online. Sin embargo, se puede pensar que este tipo de dinámica es válida para una buena parte de quienes habitan internet. Resulta interesante observar cómo, en un momento histórico en que la incomprensión y la incomunicabilidad parecen estar a la orden del día, el hecho de “entenderse sin entender” pueda convertirse en un factor de cohesión social. Una cohesión que pasa por la risa sin fundamento, a menudo infantil, pero profundamente contagiosa y potente.Viene a la mente lo que dice Valentina Tanni, aunque lo aborda desde una perspectiva artística:“Internet ha multiplicado nuestras oportunidades de entrar en contacto con el nonsense, pero también de generarlo en primera persona, favoreciendo la deriva y la asociación libre de ideas e imágenes. Una forma de resistencia frente a una cultura normalizadora, pero también una vía creativa para exorcizar las contradicciones de nuestro tiempo” (Memestética, p. 161).


Es decir, el lenguaje nonsense asumiría - en relación con el lenguaje “natural” de los content creators y de los influencers - el papel de un anti-lenguaje: uno en el que la comunicación solo puede existir si deja de existir. Y eso ocurre, quizás, precisamente como forma de contestación frente a una comunicación ejercida por quienes dominan las redes sociales a través de la palabra y de la opinión, validadas por el hecho de ser emitidas por un sujeto humano creíble y —al menos en apariencia— confiable.

Capiamoci (?) Cosa guardiamo davvero quando scrolliamo?

De hecho, hoy en día muchos usuarios de Instagram y TikTok siguen creyendo buena parte de lo que dicen otros usuarios más visibles o con mayor relevancia, convirtiendo un acto verbal virtual no solo en algo real, sino también en algo económicamente rentable y funcional en lo cotidiano. Por dar un ejemplo: pensemos en esa categoría de influencers que muestran las propiedades especiales de un producto - o su restock semanal -  para empujarnos a comprarlo, aunque no lo necesitemos. Recientemente, en TikTok, este tipo de marketing fue llevado al extremo por una usuaria que, mostrando cada producto durante apenas tres segundos, logró ganar millones de dólares en una sola semana.


Así, los memes nonsense y brainrot no constituyen solo una crítica general a cómo habitamos las redes sociales o al deepscrolling, sino también un contrapeso pragmático y esquizoide frente a una forma de comunicación que aparenta ser real y cargada de contenido, pero que en realidad no tiene otro fin más que el capitalista.

Retomando una vez más Memestética, el humor aparece “como un recurso político, subrayando además cómo el nonsense - ese dispositivo sobre el que muchas veces se apoya el humor - actúa como elemento desestabilizador del orden social, subvirtiendo la propia noción de realidad aceptable.


En definitiva, este tipo de memes no buscan hacernos más creíbles, más atractivos ni más visibles, sino más bien volvernos inútiles frente a cualquier propósito concreto. Y en esa ausencia de contenido con sentido, lo único que parece importar es que logremos entendernos entre nosotros, en medio de nuestra propia desorientación. Una desorientación que, gracias a la “magia de internet”, se transforma en coordenadas que no apuntan a sacarnos del laberinto de las redes, sino a guiarnos hacia su centro, para mostrarnos al minotauro: esa bestia con forma humana que expresa, en su sinsentido exterior e interior, el costado más instintivo e irracional del ser humano. Ese lado que, a través de la razón y el ingenio, crea nuevos monstruos y nuevas mitologías dentro de la escena memética de las redes. Este panteón de dioses idiotas no quiere darnos una moraleja ni marcarnos un camino: simplemente nos recuerda que —en la irracionalidad— somos todos un poco más parecidos, si dejamos de buscarle sentido a una realidad que no lo tiene.


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