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El suicidio económico japonés

Cómo el global money glitch podría desencadenar una crisis económica mundial


El suicidio económico japonés

El éxtasis del dólar 

22 de septiembre de 1985, Fifth Avenue, Nueva York. En el hotel Plaza, los ministros de finanzas del Reino Unido, Alemania Occidental, Francia, Estados Unidos y Japón firman el que se convertiría en el acuerdo económico más significativo del siglo, destinado a frenar la apreciación del dólar estadounidense.


Un momento. ¿Qué significa apreciación?


Dado que este concepto aparecerá varias veces, conviene aclararlo. La apreciación es el aumento del valor de una moneda respecto a otras. Cuando una moneda se fortalece demasiado, las exportaciones se encarecen y el comercio internacional se resiente. El Acuerdo Plaza fue un esfuerzo coordinado para devaluar deliberadamente el dólar y restaurar condiciones estables de comercio global. En 1985, prácticamente todas las economías estaban vinculadas al comercio estadounidense. El movimiento era inevitable.

Desde los años cincuenta, gracias a un enorme impulso tecnológico y a la modernización industrial posterior a la Guerra de Corea, Japón había ascendido rápidamente hasta convertirse en la segunda economía mundial y la potencia manufacturera más rentable. Tanto que moldeó el imaginario colectivo global: ciudades hiperiluminadas, atmósferas cyberpunk, megápolis de neón bajo la lluvia. El ascenso del Sol Naciente parecía un destino asegurado.


Pero, como todo sueño, se fracturó al llegar la década de 1990. El Acuerdo Plaza salvó a Estados Unidos, pero condenó a Japón por los mismos motivos. Los bancos centrales comenzaron a vender dólares y a comprar yenes y marcos alemanes, impulsando la apreciación del yen. Las exportaciones japonesas se encarecieron, generando desequilibrios internos. Para 1990, el yen había duplicado su valor. La crisis nació del propio éxito japonés: el país enfrentaba un shock cambiario.

Para sostener las exportaciones, el Banco de Japón redujo los tipos de interés, estimulando el crédito y el consumo. Más liquidez significó más inversión. Los precios de los activos –acciones, terrenos, propiedades– se dispararon. El mercado creció sin tener en cuenta el valor real de los activos. La burbuja especulativa japonesa estalló.


Las consecuencias fueron profundas. Entre 1991 y 2012, Japón cayó en una espiral deflacionaria. Las garantías y préstamos perdieron valor, los bancos acumularon deudas incobrables y una generación entera se encontró sin oportunidades laborales. La economía se detuvo justo cuando comenzaba la era de Internet—la misma revolución tecnológica que había impulsado el ascenso japonés.

La década de 1990 marcó el final del milagro económico japonés. El sueño de un futuro nipón hipertecnológico se desvaneció, aún más con la crisis de 2008.

El nacimiento del glitch La historia continúa en 2012, con la vuelta al poder de Shinzo Abe y el lanzamiento de la Abenomics. Su lógica era directa: bajar de nuevo los tipos hacia cero, expandir la liquidez y empujar al capital japonés hacia inversiones extranjeras más rentables, especialmente bonos del Tesoro estadounidense. El objetivo era internacionalizar el capital japonés y restaurar la confianza interna.


Pero el mecanismo clave estaba en la estructura del deuda pública: más del 258% del PIB, la más alta del mundo, y un 90% en manos del Banco de Japón. Si el deudor y el acreedor son internos, la liquidez puede expandirse casi sin límite. Esto permitió la anomalía conocida como carry trade: pedir prestados yenes a tipos cercanos a cero, invertir en activos extranjeros con mayor rendimiento y obtener beneficio de la diferencia.

Sin embargo, este sistema solo funciona en una economía estancada. Si los tipos suben o el yen se aprecia, el modelo se desmorona. Y dado que el carry trade sostiene mercados y deudas también fuera de Japón, un shock provocaría cadenas de impagos y devaluaciones globales.

La economía japonesa se sostiene sobre una capa de hielo extremadamente delgada.


El dominó 

Hoy, el Global Money Glitch depende de condiciones frágiles. Un evento inesperado o una disminución de confianza podría desencadenar una crisis mundial.

Japón posee alrededor de 1,147 billones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense. Comprar estos activos estabilizaba el yen y protegía las exportaciones. O mejor dicho: lo hacía.

En 2024 aparecieron las primeras grietas. Con la subida de los tipos del Banco de Japón, los inversores se vieron obligados a vender activos extranjeros. Para evitar inflación e inestabilidad bancaria, el Banco de Japón comenzó a vender bonos del Tesoro estadounidense.

El resultado fue un shock financiero. La conclusión era evidente: este sistema no puede sostenerse indefinidamente.


¿Soluciones? 

Sí, pero ninguna es fácil. Haría falta un debate internacional sobre la deuda soberana y los riesgos del carry trade, coordinación para evitar reacciones en cadena y una normalización gradual de los tipos japoneses. Pero esto implicaría costes elevados de deuda, pérdida de confianza y menor liquidez global. Todo en un país que enfrenta una grave crisis demográfica.

La cultura política conservadora japonesa no impulsa la reforma estructural. La intención de Sanae Takaichi de reactivar la Abenomics apunta a continuidad, no cambio. Mientras tanto, los BRICS+ intentan reconfigurar el sistema financiero mundial, China acelera su liderazgo industrial y la atención geopolítica está en otros lugares. Japón podría convertirse en la falla silenciosa de la economía global.


En un mundo multipolar, coordinarse es más difícil que nunca.

Hay una sola certeza: el carry trade no puede continuar para siempre. Sus consecuencias deberán afrontarse. Una economía sostenida por soluciones temporales, en lugar de reformas reales, puede obligar pronto a miles de millones de personas a pagar por decisiones que nunca tomaron.


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