Javier Milei
- Federico Grassi
- 11 jul
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 26 jul
El verdugo del socialismo latinoamericano

Pelo alborotado, de origen dudoso, patillas ridículamente fuera de medida, clase 1970. Boca fina y afilada, tez blanca – casi vampírica – y look rigurosamente total black: Javier, el presidente de mirada desencajada, ojos de un celeste brillante punteados de manchas blancas, astillas de agitación, destellos que saben a cocaína.
No pretendo revelar verdades escandalosas: sería un juego fútil y pretencioso. Más bien me limito, con una pizca de saludable idiotez, a no descartar ninguna posibilidad, a dejar espacio a la duda que inevitablemente se despierta frente a la mirada desquiciada del presidente. O quizás, simplemente, me entrego al riesgo noble y reparador de la difamación: combustible y elixir para todos los escritores idiotas como yo.
Descartado el superfluo, vayamos a lo esencial. La verdadera droga del presidente se llama lucha incansable contra la casta, la inflación, el gasto público, el Socialismo. Una adicción que lo consume y, al mismo tiempo, lo define. Una dependencia que bien podría empujarme a escribir de medidas políticas, previsiones y escenarios micro y macroeconómicos. Pero, como suele pasar, lo esencial aburre. ¡Es lo común – o, mejor dicho, el personalismo común y corriente – lo que enciende nuestros pobres corazones!
Milei no duerme o duerme poco.
Pero eso ya se sabe. Pasa sus noches con Hayek entre manos, estudiando la Kabbalah y buscando nexos entre números y destino. Algunos cuentan que practica rituales misterios para comunicarse con sus perros muertos, como si fueran oráculos. Es fanático del los Rolling Stones – ¿esto también ya lo sabían, o no? - y en algún momento tocó en una banda rock. Se jacta de ser un maestro de sexo tántrico e de haber vestido, de joven, la camiseta de Chacarita Juniors donde se ganó el apodo que todavía lleva encima. El Loco.

El Loco
Cada mañana – pero, de nuevo, eso ya lo saben – se levanta, armado de carisma, motosierra y eslóganes para gritar a todo pulmón. En las calles, en los talk shows, en las redes: él domina la escena. Es el salvador que sacude a un país agotado, el taumaturgo que promete sanar una Argentina que permaneció herida por demasiado tiempo. Y la gente le cree, lo sigue, lo venera. ¿Por qué no? Él es Milei, el Loco. ¿Quién más podría hacerlo?
¿Y después? ¿Qué puedo decirles? Ah, claro, el fútbol. Pero no, si ya lo mencioné. ¿Sus políticas? ¿Sus medidas económicas? ¿Quién se bancaría eso hasta el final? ¿Quién quiere seguir escuchando estos discursos vacíos? No, ahí no está el corazón del relato. Mejor así. Mejor ir con los detalles importantes, detalles que se convierten en historias y que nos gusta repetir hasta creérnoslos. Milei, y eso ya lo saben, salía con una mujer. Su nombre es Amalia Yuyiyo Gonzales, tiene casi setenta años. Con ella, se dice, practicaba sexo tántrico. Un hobby muy personal del presidente. El sexo tántrico. Él, Milei, lo practica. Y eso también ya lo saben.
En 2022, lo llamó imbécil al Papa. Decía también que era “el representante del Maligno en la Tierra”. Sí, sí, entendieron bien: el Maligno. ¿Y por qué? Porque el Papa, según Milei, apoya los impuestos. Tiene afinidad con esos comunistas asesinos. No respeta los Diez Mandamientos. ¿Y Milei? Milei es devoto. Devoto, sí. Pero la justicia social que el Papa defiende, esa no, esa no la tolera. Es veneno. Justicia social, veneno. Todo clarísimo.
Luego está el primer ministro español. O, mejor dicho: su esposa. Milei la llamó corrupta. Una ladrona. ¡Una ladrona! Sus palabras – las palabras de Milei – desataron una crisis diplomática. Una crisis inevitable, como siempre. ¿Y Milei? Sigue adelante. Siempre adelante. No para. Porque él es Milei. Milei. ¿Entienden? Pero eso ya lo saben. Sale el sol sobre las casas de los argentinos.

Hoy, Javier tiene una nueva idea: jugar con las finanzas, con la confianza de sus seguidores. El presidente promociona una criptomoneda, la llama $LIBRA, la presenta como la salvación de la Argentina.
Y entonces, ¡a comprar! ¡Compren, argentinos, compren! Es él que lo dice, lo dice en X, y quienes no le creen son traidores a la patria, enemigos de la libertad.
En pocas horas, la moneda explota. Crece, sube, toca el cielo. Pero después … se desinfla. Se derrite como cera al sol. Abajo, abajo, en caída libre. Y mientras unos pocos anónimos afortunados se llenan los bolsillos, cientos de inversores se quedan en bolas. Devastados. Estafados. Jodidos.
Se habla de fraude, de conflicto de intereses, de procedimiento judicial. Milei denunciado en los Estados Unidos. Posible proceso. Posible impeachment. Se grita traición. Se exige justicia.
Él, mientras tanto, sonríe. Se divierte. ¿Y por qué no? ¡Qué más, qué más! Ya siento el tiempo que se me escapa y la atención que desvanece. ¡Rápido, rápido amigos! ¡Rápido! Me hace falta un golpe de efecto, queridos amigos. Ah, claro, Milei.
Milei líder del partido La Libertad Avanza. Hace un año ganó las elecciones por goleada. Una noticia resabida que ya dio la vuelta al mundo. Ganó, sí. Arrasó. Prometió volar por los aires el Banco Central – se sabe, se sabe –, acabar con la inflación, arreglar las cuentas públicas, devolver la Argentina al esplendor económico de los años veinte. Y, por fin, eliminar la corrupción. La corrupción, eliminada. El Banco Central, dinamitado. La macroeconomía, estable. Todo solucionado. Milei quiere solucionar todo. Pero eso ya es de dominio público. De dominio absolutamente público.
Pero, hay algo que quizás no sepan
Todavía no llegó el momento de decirles que millones de personas – pobrecitas - se están muriendo de hambre. No, no soy tan pesado. Solo un poco repetitivo, obsesivo, banal. Justo como esta sociedad me quiere. Les decía, hay algo que ustedes no saben, algo increíble, genial. Javier podría, con un simple exploit económico, matar definitivamente al socialismo.
“¿Qué? ¿Cómo? ”
En las aulas, en los cafés, en los corazones beligerantes de todo el mundo, se propaga el desconcierto. Javier está listo para barrer con toda duda sobre el capital. Apuesta todo a la escuela austriaca - este caballo loco que sólo mira para adelante -. A los escritos económicos de Menger, von Wiser, von Mises y toda esa banda, con el objetivo de ahogar de una vez y para siempre al socialismo kirchnerista.
A más de un año del triunfo de Milei, entre la Casa Rosada, las infinitas llanuras patagónicas y detrás de la figura hollywoodense del presidente, va tomando forma un escenario tan macabro como fascinante para quien se interese por la no-ciencia de la economía. Un juego ideológico que abre paso a interrogantes e hipótesis de lo más dispares y convierte a la Argentina en el mayor laboratorio de economía política mundial. El mayor de los últimos cincuenta años, que, entre eslóganes y banderas, deja entrever dinámicas psicológicas clave para entender a fondo nuestras sociedades. Pero vayamos por partes.
¿Qué es el kirchnerismo? ¿Quiénes son los kirchneristas? Una corriente, un nombre que cambia, pero que, en el fondo, sigue siendo siempre el mismo. Frente Renovador, Unión por la Patria, Partido Justicialista, Frente para la Victoria. Cada nuevo rótulo promete un renacimiento, una apariencia de novedad. Se definen progresistas y, sin embargo, no podemos imaginarlos, ni por un segundo, como la clásica fuerza de centroizquierda europea.
Son otra cosa. Algo más complejo. Han librado mil batallas y llevado mil máscaras. Para bien o para mal el kirchnerismo nunca fue fácil de descifrar. Y cualquier análisis sobre Argentina tiene que partir de esta asunción.
En primer lugar, y quizás como rasgo más distintivo respecto a las izquierdas europeas, los kirchneristas se oponen a varios principios fundacionales del libre mercado y adoptan una regulación centralizada sobre vastas áreas de la economía. Controles de precios sobre bienes esenciales, casi siempre con resultados desastrosos; nacionalización de sectores estratégicos como el petróleo y los fondos de pensiones; programas sociales de gran alcance donde subsidios masivos – a menudo de tipo asistencialista - a cambio de votos políticos; aranceles proteccionistas que limitan el comercio en nombre de la defensa de una industria nacional que nunca logró tomar el vuelo – Apple, Amazon y muchas multinacionales jamás desembarcaron en la Argentina – y como intento por romper la dependencia de las economías “educadas” de Occidente.
Una estrategia que, con frecuencia, termina con fortalecer nuevos (o viejos) dueños: cárteles oligárquicos de empresas locales que aprovechan la regulación para consolidar su dominio con precios demasiado altos para los ciudadanos comunes.
¿Y qué decir de la relación con los gremios? Utilizados políticamente, elogiados como instrumentos de lucha de clases y de justicia social. El movimiento sindical argentino es el más más grande y poderoso de América Latina con más de 3.000 sindicatos y una extraordinaria capacidad de movilización callejera e incidencia sobre las dinámicas sociales.
A menudo se convierte en un instrumento del poder para la cooptación política y la gestión del consenso.
No sorprende que una encuesta de 2018, realizada por Taquion y Trespuntozero, revelara que el sindicato es percibido como una de las instituciones más corruptas de la nación.
En resumen, si bien el kirchnerismo no puede definirse como propiamente socialista, su bases ideológicas evidencian cierta afinidad con esa corriente. Y, sin embargo, como suele ocurrir in semejantes contextos, en la Argentina también echó raíces una contingencia que desborda cualquier construcción teórica: una corrupción endémica.

Un estado que se autoproclama defensor de los más débiles, pero que termina siendo un depredador despiadado que roba del bolsillo de todos, y especialmente a quienes prometió proteger.
Muchas cosas podrían decirse de Milei, pero ninguna sería más reveladora que reconocer que la familia Kirchner – Néstor primero, luego Cristina, en el poder por más de veinte años – representa la tesis cuya antítesis perfecta es el mismísimo Milei.
Son el contrapunto necesario, la luz que dibuja la sombra. Porque en cualquier contexto, la relación entre los opuestos revela más que cualquier discurso. Y, en Argentina, eso es más cierto que nunca.
No hace falta comprobar si los K hayan sido verdaderamente socialistas o culpables por todo lo que se les imputa. Basta con reconocer que fue sobre esa imagen que Milei construyó su relato más eficaz y cautivador.
Claro está que las condenas por administración fraudulenta, los repetidos escándalos por corrupción, e incluso las acusaciones – nunca comprobadas – de una posible implicación de Cristina en el asesinato de un fiscal muerto a la víspera de declarar en contra del gobierno, no hacen ningún favor a la causa kirchnerista.
Es una historia ya escuchada: la del outsider con un discurso populista, de lo nuevo contra lo viejo. Del cansancio que consume, de la reacción psíquica de quienes, frente al mar de mierda que los ahoga, esperan que todo estalle. Aquí, sin embargo, el enfrentamiento es total. Libertad colectiva contra libertad individual. Populismo antiamericano contra americanismo populista. Capitalistas contra anticapitalistas. Defensores de los derechos civiles contra conservadores. Es un duelo ideológico sin zonas grises, que se juega ahora, en febrero de 2025, con una apuesta enorme: la recuperación económica del país.
Milei gana y no traiciona.
Recibe un país al borde del colapso: con el 40% de la población por debajo la línea de pobreza, más del 9% en la indigencia; una inflación, alimentada por las políticas asistencialistas, que en 2023 alcanzó picos mensuales del 14%; una moneda que no deja de depreciarse, y un sistema al límite.

El nuevo presidente hace casi todo lo que había prometido: austeridad, liberalizaciones y motosierra. Besitos al Fondo Monetario Internacional con el que el país tiene una relación tormentosa, guiños a las agencias de rating, apretones de mano con las derechas de todo el mundo. Manual del ultra-liberalismo: página uno.
El incremento anual de precios que en abril de 2023 llegaba al 292%, hoy es estable un poco por encima del 30%, con un valor mensual del 2,7% en octubre de 2024. Los mercados respiran, las empresas se mueven, el peso recupera una apariencia de equilibrio frente al dólar. No se trata solo de cifras: lo que cambia es la percepción. La incertidumbre que va desapareciendo de los hogares de los argentinos. ¿Y cómo lo logró? Aquí también no hay nada de Loco: manual académico, reducción masiva de la emisión monetaria.
Recortes al gasto público: una revisión drástica del presupuesto estatal que, en los primeros meses de 2024, cae un 28%, superando incluso las expectativas del FMI que había proyectado una baja del 18%. La motosierra disfruta de su potencia:
La inversión pública es la más recortada y representa un 24% del total del ajuste
Las jubilaciones, un 22%: otro golpe devastador asestado al sistema de bienestar
Asistencia social, subsidios y sueldos del sector público que en conjunto suman casi el 40% se reducen al mínimo indispensable para evitar un estallido social
La carnicería no termina ahí. Nueve ministerios son rebajados a secretarías; entre ellos, Medio Ambiente, Educación y Cultura. Tres pilares del futuro. Los despidos en el sector público llevan a un recorte del 22% en los gastos operativos; la AFIP es eliminada y reemplazada por un nuevo organismo: más ágil, más barato y, sobre todo, más sumiso a las lógicas del mercado.
La Libertad Avanza y las liberalizaciones son el pilar sobre el que se construye el proyecto económico del gobierno: se eliminan los controles sobre precios de bienes y servicios, combustibles, alquileres, medicamentos y seguros de salud. La normativa que garantizaba la disponibilidad de bienes esenciales es derogada, al igual que las cláusulas que obligaban a privilegiar a empresas nacionales en las licitaciones públicas y en los supermercados. Se han introducido incentivos fiscales dirigidos a favorecer las inversiones superiores a los 200 millones de dólares en sectores considerados estratégicos y los contratos de trabajo se han vuelto más flexibles, con menores costos de despido.

¿Pero, cúal es el precio a pagar? El Producto Interno Bruto cayó en 2024, como lo había anticipado el propio Milei, un 3,5%. Y, como suele suceder en estos casos, el desempleo aumentó: del 5,5% en 2023 al 7,6% en el segundo trimestre de 2025. Pero, no es ese el dato que más duele. En el primer trimestre de 2024 la tasa de pobreza subió 11 puntos porcentuales pasando del 41,7% al 52,9%, el valor más alto de los últimos veinte años.
Al mismo tiempo, la indigencia alcanzó el 18,1% en el primer trimestre de 2024, con un aumento de 6,2 puntos respecto al período anterior. La desigualdad, en un país ya desgarrado por sus divisiones, tomó nuevo impulso. En el primer trimestre del 2024, el índice de Gini que mide la brecha en la distribución de ingreso, subió 3 puntos, marcando el triunfo amargo de las diferencias sociales.
La estabilidad económica, ese sueño que los argentinos persiguieron durante décadas, llega con costos altísimos. Javier lo había dicho, lo había advertido. Todos sabíamos. Repitámoslo, por si se nos había pasado por alto. El 18%. El 18%, el 18%, el 18%. Más de 7 millones de personas. Y más de 20 que son “solo” pobres. Ese es el corazón del drama argentino. Ese es el precio.
Milei sueña con haber creado las condiciones para atraer las inversiones capaces de transformar el país, de romper las cadenas que mantienen a la Argentina prisionera de su historia.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico prevé para 2025 un crecimiento del 3,6%. Mientras tanto, la Universidad Torcuato Di Tella, a la espera de los datos oficiales, estima que la tasa de pobreza, en el semestre julio-diciembre 2024, habría bajado al 36,8%. Datos a confirmar, claro. Pero datos que cargan con el destino de una entera nación.
Todo se juega acá: la sobrevivencia del “socialismo” kirchnerista o el triunfo del anarco-capitalismo. ¿Podrá Milei proclamarse realmente el verdugo del socialismo latinoamericano? Será el tiempo, como siempre, quien tenga la última palabra.
¿Pero, a quién les importa? A nosotros nos encanta hablar de su patillas de mierda. Nos divierte, nos entusiasma, y Milei lo sabe, lo disfruta. Mientras tanto, acelera.
Esa es su verdadera grandeza: Milei, de una forma grotesca e inquietante, encarna la esencia de una aceleración infinita. La mímesis perfecta de un capitalismo financiero que no conoce pausas, ni silencios. Sólo velocidad, ganancia, superación.
Los cuerpos estorban, la reflexión es una pérdida de dinero. Hay que seguir adelante. A cada medida económica le sigue otra más extrema; a casa provocación, un escándalo aún mayor.
Milei no es un presidente, es un algoritmo que llena el vacío que no queremos mirar.
Hoy insulta al presidente de Colombia, mañana se disfraza de superhéroe y presenta su programa. Y, en medio, anuncia la reforma fiscal: el número de impuestos se reducirá de 167 a menos de 20 con el objetivo declarado de cancelar el 90% de los tributos nacionales antes de que termine el 2025.
Un sistema tributario simple, liviano y demoledor.
¿Y después? Adelante con una nueva misión, otro salto, otra acelerada. Milton Friedman decía que para reformar económicamente un país bastaban seis meses de shocks continuos y acelerados. Pero, para Javier, seis, doce, cien meses no alcanzan. No piensa detenerse. No puede permitírselo.
Milei corre, y su movimiento nos paraliza, nos consume. Se convierte en lo que – aunque no lo digamos – necesitamos.
El Loco es el fetiche consumista por excelencia, y está llevando a cabo un milagro comunicacional sin precedentes: la inversión de un paradigma delirante donde él, defensor de todos los centros de poder internacionales, se presenta como el verdadero revolucionario, el héroe capitalista.
Las encuestas lo confirman: a un año de su elección, el apoyo a Milei ronda el 65% frente al 55% con el que fue electo en 2023. Queda por ver si el escándalo de las criptomonedas logrará fisurar esta trayectoria, si la tormenta financiera en la que se lanzó dejará marcas profundas. Pero, por ahora, los números hablan claro: su ascenso continúa.
Es como si, esos cuerpos destrozados y dejados atrás, los cuerpos de aquellos para quienes los subsidios marcaban la diferencia, en el mismo acto de su desangramiento, lograran vislumbrar una grandeza inminente; un desangramiento que huele a promesa; un desangramiento que antes era solo el recuerdo de una miseria inmóvil.
Milei no me gusta. Me horroriza su postura ética, su negacionismo frente a los males nunca sanados de la dictadura argentina. No logro entender ese culto del mercado que todo devora, incluso la dignidad humana. Podría llegar, quizás, a detestarlo.
Y, sin embargo, un milagro, por ahora, lo hizo. No se trata de un milagro económico – la economía es una tragedia y lo seguirá siendo mientras nadie devuelva su dignidad a esos siete millones de indigentes, a ese maldito 18%.
No, el milagro de Milei está en otra parte.
Está en haber devuelto la esperanza, en haber encendido una luz en más de la mitad de la población.
Porque el hombre puede soportarlo todo. Puede vivir con la miseria, con el dolor. Pero no con la ausencia de un sueño. De un mañana que contenga la posibilidad de algo distinto, algo mejor.
Todos los fenómenos de revancha políticas que sacuden nuestros tiempos, con sus distintos matices ideológicos, revelan algo más profundo que las simples apariencias materiales.
En Argentina – uno de los casos más complejos – se entiende como los efectos psicológicos y culturales se entrelazan – a veces superándolos – a los de carácter material.
Los relatos que somos capaces de generar, si carecen de una perspectiva evolutiva y dinámica, se vuelven insoportables e insensatos. Hoy aparece evidente que muchas fuerzas políticas de izquierda han perdido su capacidad de concebir una visión dinámica y diferencial del futuro.
Mariana tiene cincuenta años y vive en la provincia de Buenos Aires en el barrio La Mascota, una de las tantas periferias de la clase trabajadora argentina. Calles de barro, techos bajos, un monoambiente que lo es todo: cocina, baño, dormitorio. Lo comparte con otras tres personas.
Mariana me mira, con ojos cansados y rendidos, pero llenos de algo que se parece a una fuerza. A mi pregunta sobre Milei, esboza una sonrisa amarga y contesta: “Antes, con ese hijo de puta de Fernández – el délfin de los K – venían a pedirnos el voto. ¿Entendés? Nos prometían heladeras, televisores. Hoy ya no viene nadie. Por ahora, con lo que ganamos la heladera la lleno. Antes, no. Antes, dependía de ellos. Estamos sufriendo, sí. Pero, al menos, nadie roba. Nadie. ¿Entendés? Nadie nos toma más por pelotudos. Capaz que la peleamos solos.
Los ojos ahora le brillan, con una luz más agresiva, parecida a algo ya visto.
Me asalta la duda: ¿y si todos estuvieran excitados por una distribución masiva de estupefacientes?
Después me mira, y con rabia y orgullo grita:
Viva la libertad carajo!

Javier Milei. El verdugo del socialismo latinoamericano.
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