¡La puta que te parió, Elly Schlein!
- Margherita
- 16 sept
- 8 Min. de lectura

Mañana del 13 de septiembre.
Cayó el asesino de Charlie Kirk, el joven activista ultraconservador y ultratrumpista acribillado de un tiro de francotirador mientras participaba en un debate público en la Universidad de Utah. Se llama Tyler Robinson, tiene 22 años y usó balas en las que había grabado frases como: “Hey fascista, agarrate esta”, “Si estás leyendo esto sos gay” y, sobre todo, “Bella ciao”.
“Estamos en el horno”, pienso, “escribió Bella ciao en la bala asesina”.
Los medios de la derecha yanqui ni los miro: ya sé perfectamente lo que voy a encontrar. Para darme una idea del clima que se respira me alcanzan las palabras de Steve Bannon — “Charlie Kirk es una víctima de guerra. Estamos en guerra en este país” — o las “mesuradas” declaraciones del presidente Trump: “Hay unos locos de la izquierda radical allá afuera y lo único que hay que hacer es agarrarlos a patadas en el culo”.
Dejo de lado las redes —sobre todo X— que, ya se sabe, son cloacas donde una manada de descerebrados, sin frenos inhibitorios ni una neurona, vomita chorros de inmundicia analfabeta. Prefiero los diarios, que en teoría deberían ser más serenos y reflexivos: claro, van detrás del titular, pero también tendrían que profundizar un poco y ofrecerle al lector un hilo de razonamiento.
Il Giornale, seco: “El asesino partisano.”
Il Tempo, un poco más verborrágico: “Cayó el asesino de Charlie. Esa bala con Bella ciao apuntaba a la derecha, y los zurdos festejan”. “La puta madre”, me digo, “los zurdos hacen fiesta por un asesinato.”
Libero: “La firma del killer: Bella ciao. Y en la izquierda tratan de decir que esto no tiene nada que ver con su propaganda.” Dudo: “La izquierda dice… ¿pero cuál izquierda? ¿Kamala Harris? ¿Bernie Sanders? ¿O será que en el fondo están metidos Elly Schlein y Toni Servillo?”
La Verità, definitiva: “Acribillado a balazos de Bella ciao.”
Pienso en el último informe de la OCDE sobre competencias y escolarización, que dice que Italia está última entre 38 países en porcentaje de egresados universitarios (menos que Costa Rica, para que se entienda) y que 1 de cada 6 italianos (¡el 37% de la población!) es analfabeto funcional, o sea, es capaz de entender solo textos cortos escritos con un vocabulario básico. “Sucio comunista, asesino de jóvenes americanos”, por ejemplo, es una frase breve y al alcance de cualquier analfabeto funcional.
Me imagino al lector de esos diarios hojeando rápido los títulos antes de pasar a la crónica policial y al mercado de pases, y hago la cuenta: por lo menos 1 de cada 6, esta noche, cuando use el diario para envolver melones todavía verdes, va a quedar convencido de que: el asesino de Charlie Kirk es de izquierda, probablemente amigo o pariente de algún partisano; que la izquierda italiana festeja porque a un tipo lo bajaron de un tiro en Utah solo por ser de derecha; y que, encima, los autores intelectuales del crimen hay que buscarlos entre los militantes del Leoncavallo, con la complicidad de Italia Viva —un partido que, según el ministro de Relaciones con el Parlamento, es equiparable a las Brigadas Rojas (esperemos que nadie en las Brigadas se ofenda y le meta un juicio al ministro).
Bueno, hay que decir que hasta hace 48 horas yo no tenía la menor idea de quién era este Charlie Kirk. Algo así como: “¿Carneades, quién fue?”. Leo que lo bajaron y, de golpe, empatizo, me pongo triste, me sale solidarizarme.“¡Bastardos, asesinos de jóvenes retoños, campeones del libre pensamiento!”, pienso. “No importa qué ideas tuviera, no importa qué dijera ni cómo lo dijera. No, no importa. Nadie merece quedarse seco en un campus de Utah”.Se me cruzan por la cabeza asociaciones mentales bastante delirantes con Martin Luther King (hasta suena bien: Martin Luther Kirk): dos mártires de la democracia, uno negro y otro blanco. ¡Qué potencia de imagen!
Decido que quiero daber más y googleo: “¿Quién carajo era este Charlie Kirk?”
Charlie Kirk, nacido en 1993, un grandulón cristiano integrista, sin título universitario, casado con Erika —influencer y ex Miss Arizona—, con dos hijos de tres y un año. A los dieciocho ya había fundado Turning Point USA para promover el pensamiento conservador en universidades y escuelas; en 2019 creó el Falkirk Center for Faith and Liberty (un nombre que lo dice todo); desde 2020 conducía en la radio The Charlie Kirk Show; y se especializaba en debates en campus universitarios, donde iba a desmontar las lamentables ideologías marxistas, ateas y woke que allí supuestamente imperaban.
“¡Epa!”, me digo, “un tipazo, este Kirk”. Convicción que se refuerza cuando leo sobre su papel decisivo en la reelección de Trump y descubro que incluso había participado en el nombramiento de las figuras clave del gabinete presidencial.
“Un verdadero hijo del sueño americano”, murmuro entre la admiración y la envidia.
Dejo Wikipedia y paso a The Guardian, que me sirve un ramillete de “pensamiento Kirk” con citas incluidas.
Me llevo una decepción al enterarme de que la pareja Kirk–King se había roto antes de empezar: a Charlie Kirk, Martin Luther King le caía realmente pésimo. No llegó a decir que habían hecho bien en matarlo, eso no. Pero casi da la sensación de que Charlie pensaba que Martin un poco se lo había buscado. Al fin y al cabo, el reverendo King era un tipo que “la mayoría de la gente detestaba cuando estaba vivo”.
Un escalofrío me recorre la espalda y sigo investigando.
Me doy cuenta de que entre Charlie Kirk y Martin Luther King no hay ningún asunto personal. No: a Charlie no le van los negros, empezando por George Floyd, al que definió con toda sobriedad como un “reverendo pelotudo”.
Charlie no se graduó, pero “sabe de todo”: tilda la Ley de Derechos Civiles —la ley federal que en 1964 puso fin a la segregación racial— de “un error enorme”, y no confía si el piloto del avión en el que viaja resulta ser un negro. Durante todo el vuelo no deja de preguntarse: “¡Cristo santo, este tipo, ¿será realmente capaz?”. Palabra de The Guardian.
Admito que a esta altura mi nivel de solidaridad humana ha bajado bastante, pero recobro la compostura: apelo a la parte voltairiana que hay en mí, dejo de lado la cuestión racial y me zambullo en el mundo religioso de Charlie Kirk.
“La separación entre Estado e Iglesia no existe, es un invento y una falsificación.”
De hecho, Iglesia y Estado van de la mano en muchas partes del mundo y, en los Estados Unidos de Trump, están de luna de miel. Todos recordamos las imágenes de la primera reunión de gabinete: el flamante presidente rodeado de predicadores y pastores que le imponían las manos invocando bendiciones divinas. Cosa de medioevo tecnológico.
El punto es que estos “siervos de Dios” son los paladines de la llamada teología de la prosperidad, que en criollo significa: si sos rico, sano y feliz, Dios está contento con vos. Perseguí tu sueño americano a cualquier costo, porque así lo quiere el Señor. ¿Las desigualdades sociales? Necesarias, requeridas por Dios. ¿Sos pobre? Es culpa tuya por ser un fracasado y encima a Dios le caés mal. Así que corréte y no molestes a los productores de riqueza y santidad.
Con todo respeto hacia Jesucristo, Don Milani, el Papa Francisco y la Madre Teresa de Calcuta.
De todos modos, volviendo a Charlie Kirk: la religión está bien, sí, pero sólo con la condición de que sea la suya. Las otras religiones no se pueden prohibir (lamentablemente) — ¡maldita Primera Enmienda! —, pero en fin: en Estados Unidos hay libertad de expresión, así que dale con los insultos contra el Islam, que según él no es otra cosa que “la espada con la que la izquierda está degollando a América”. Y ahí, en mi cabeza, se dibuja la imagen del catolicísimo y tambaleante Joe Biden blandiendo la cimitarra islámica para asestarle un golpe mortal a la Patria.
Decido pasar por alto la teoría del Great Replacement porque sí, tengo el estómago fuerte, pero no de hierro. Para que se entienda: hablamos de la Gran Sustitución, la tesis conspiranoica de la ultraderecha —muy de moda también por acá— según la cual las élites globales estarían promoviendo la inmigración masiva para “reemplazar” a las poblaciones blancas y cristianas por otras etnias, borrando su identidad y su poder político. En la práctica: un mundo gobernado por una Spectre empeñada en mandarnos a Ahmed con el kebab a la puerta de casa.
Paso a los derechos civiles y me digo: “ahora me voy a divertir”.
Y efectivamente.
“Tirá el feminismo al inodoro. Obedecé a tu marido, Taylor. Acá no decidís vos, ¿estamos?”, dirigido a la estrella pop Taylor Swift.
Y todavía más: cuando le preguntaron qué haría si su hija de diez años fuera violada y quedara embarazada, respondió: “La respuesta es sí, el bebé nacería. El aborto es peor que el Holocausto”.
En este punto me nace un gesto espontáneo de solidaridad y de simpatía humana hacia la esposa y la hija de Charlie —con inmediato suspiro de alivio—: la nena tiene apenas tres años, así que es poco probable que un monstruo la viole y la deje embarazada. No alcanzo a recuperar el aire cuando cae otra estocada contra los derechos LGBT: “Hace falta un juicio estilo Núremberg para cada médico que trabaja en clínicas de transición de género. ¡Tenemos que hacerlo ya!”.
Quedo knock-out. A esta altura detesto con toda mi alma a Charlie Kirk. Me lo imagino en sus giras provocadoras por las universidades, empeñado en demoler con su brillante dialéctica cualquier pensamiento divergente a puro “prove me wrong” (demostrame que estoy equivocado). Pienso que es un supremacista, poco menos que un nazi: un tipo repugnante y peligroso, un sembrador de odio, un chamuyero, una persona despreciable. Y ya no estoy tan segura de que —como habría dicho Voltaire— habría estado dispuesta a dar mi vida para que él pudiera expresar sus ideas. También pienso otras cosas, feas, tan feas que me da vergüenza mientras las pienso.
Respiro profundamente. Por suerte, el germen enfermo del buenismo woke, de lo políticamente correcto y del radical chic prendió fuerte en mí. Me desvié, sí, y por un momento asomó mi Mr. Hyde, pero ahora vuelvo a ser yo: una señora de izquierda, ya entrada en años y tolerante, toda liberté, égalité, fraternité… y champagne.
Y me repito como un mantra: “Charlie Kirk es una víctima inocente. Nadie tiene derecho a truncar una vida y a silenciar una voz”.
Pero llega el golpe final, del que es imposible reponerse: el Charlie-pensamiento sobre las armas. “Creo que merezca la pena pagar el precio lamentable de algunas muertes por armas de fuego cada año, si eso nos permite preservar la Segunda Enmienda para proteger nuestros derechos otorgados por Dios.”
Y entonces exploto: “¡Te lo buscaste, Charlie! ¡La puta madre! Sos la prueba viviente — o, mejor dicho, muerta— de lo que predicabas. Una víctima colateral, un daño secundario, un nombre más en las estadísticas, un grano de arena que no puede ni debe trabar el sagrado mecanismo de la Segunda Enmienda. Amén.”
Y entonces, tenían razón ellos: fueron los zurdos los que mataron a Charlie Kirk.
A fuerza de odio y propaganda le armamos la mano a un loquito de 22 años en Utah.
Tyler se pasaba las horas solito, encerrado en su pequeño dormitorio, jugando a la Play y odiando a Charlie Kirk; no tenía muy claro qué quería decir ser antifascista o cantar Bella ciao, pero lo había visto, lo había aprendido en los videojuegos.
Y así fue que un día, sacó un fusil del arsenal familiar. O, más sencillamente, entró en una tienda y dijo:«Buenas tardes. ¿Me da un fusil Mauser de cerrojo, calibre 30-06? Con mira telescópica, por favor, y que sea buena. Ah, y agréguele un par de cajas de municiones. Pago con tarjeta. Muy amable, gracias, hasta la próxima».
Después se apostó y disparó. Bang: chau, Charlie Kirk.Y la culpa, obviamente, es de la izquierda.
¡La puta que te parió, Elly Schlein!
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