top of page

Yo de grande quería ser alguien

Io da grande volevo essere qualcuno

Io da grande volevo essere qualcuno

Hay un recuerdo de infancia que no tiene nada de característico. Uno de esos flashbacks que pertenecen a la memoria colectiva, en cuanto el ser humano no se destaca precisamente por su originalidad cuando le toca educar a otro. Nuestro razonamiento hunde sus fràgiles raices en ese barro. Desde que en algún momento de mi infancia, luego adolescencia, luego edad del despertar, alguien decidió abofetearme con la pregunta de las preguntas: ¿qué querés ser de grande? Me di cuenta después, con los años y algo más de conciencia, que mi respuesta fue evolucionando con el tiempo. Dependiendo del impacto psicológico que tenía en mí, más tarde, volver a pensar en ese momento. Como buen antropólogo recién autoproclamado, voy a dividir en cuatro momentos, o fases, si queremos esbozar un mínimo de tecnicismo, esta evolución. El lector notará muy pronto que no estamos hablando de una línea recta que se proyecta al infinito, sino de un círculo que se cierra. Y el porqué no va a costarle captarlo.


La primera etapa es la del nene (llamarla del “niñito” habría sido una apropiación indebida y una falta de respeto), pero el concepto central no se aleja demasiado. Me di cuenta temprano —y, para su desgracia, también lo notaron los que me rodeaban— de que el sentido practivo no iba a ser nunca mi punto fuerte. Es más, siendo sinceros, alguien ya se había resignado a la idea de que yo iba a ser un idealista. “Inconcluso”, agregaría alguno unos años después. Mi respuesta, sin embargo, era siempre clara y firme: cuando sea grande, quiero ser poeta. No porque supiera, en concreto, a qué se dedica un poeta —todavía no lo tengo del todo claro, para bien o para mal—, sino porque la rima me había devuelto algo. Era el surrealismo, la evasiòn de la realidad. Empezaba a entender que la dimensión física del ser humano no es nunca la única posible. Empezaba a imaginar otras, y la poesía me parecía una herramienta bastante accesible para moverme dentro de ese trip preadolescente. La segunda etapa es la del terremoto, la más caótica y desordenada. A esa altura ya me había dado cuenta de que casi todo me tenía podrido. La poesía era historia vieja. Así que: músico. Porque, en el fondo, la música siempre había sido el hilo conductor. Y porque tenía ganas. Así que por qué no. Son los dos periodos más genuinos. Si se quiere, los de la desilusión.


Es en la tercera etapa donde intentamos desatar el verdadero nudo: el generacional. Porque es justo en ese momento, el del post-adolescente, cuando entra en juego la presión social. En una sociedad-ejército que entrena a sus cadetes para una competencia salvaje, el primer obstáculo serio es la elección de la carrera universitaria. Siguiendo con la lógica de esta serie de reflexiones, quien escribe va a hablar de sí mismo. Y quién sabe, puede ser que quien lee se vea reflejado en estas líneas. Mea culpa, lo hice: elegí una carrera de esas que “te dan salida laboral”. El porqué está en el contexto. Se venía encima, rápido y como una tromba, el momento en que te ves obligado a familiarizarte —y después a abrazar— un concepto demoledor: yo de grande quiero ser alguien. Y vaya uno a saber por qué, en la era del capital como brújula, ese “alguien” está siempre ligado a factores económicos, financieros, empresariales. En un punto de mi vida me encontré rodeado de pequeños androides que corrían detrás del sueño: realizarse.


No como individuos, sino como piezas de un mecanismo tóxico. Todos en fila, esperando el momento en que la vida te devuelva algo en forma de plata y bienestar “instagrameable”. Porque seamos sinceros: de eso se trata. Yo estaba metido en esta hasta el fondo. A cualquiera que me preguntara qué quería hacer de grande le respondía con conjeturas rarísimas de startupper precoz, que Zuckerberg en Harvard parecía un amateur al lado mío. ¿La verdad? Ya no sabía qué quería hacer de grande, solo sabía que quería ser alguien, igual que todos los que me rodeaban. ¿Quién tomó esa decisión por mí? El contexto social. La lógica de la competencia y el pie clavado en el acelerador rumbo a no sé qué carajo de objetivo estratégico. Puro humo, nada más, pero me hacía sentir útil a la causa. Cuál era esa causa todavía hoy me cuesta entenderlo, pero así era.


Correr, correr sin parar ni para tomar aire. Que se note, che todos vean que este pequeño bastardo está laburando duro por el futuro. Por un puesto importante, obvio, porque todos estamos proyectados hacia el puesto importante, y ni se te ocurra proponer una alternativa. A veces me pregunto cómo hará el alma del mundo para asignarle a cada uno un rol protagónico. Vamos a ser todos protagonistas en esta obra, los extras no importan. Desaparecen mágicamente. Todos están haciendo algo importante, y si no es importante se vuelve importante gracias a la sobreexposición. Si no me gusta lo que hago, me van a gustar los resultados que obtenga. Y me va a encantar mostrarlos, esos resultados.


No es difícil arriesgar una profecía: el castillo de arena se va a venir abajo. Porque este momento histórico es huérfano de certezas, de pilares, de un sistema de valores sólido y arraigado en la conciencia. La ansiedad es nuestra madrastra, y seguir repitiéndonos a nosotros mismos —y a los demás— que queremos ser alguien aunque no queramos ser alguien no nos ayudó a espantarla. Al contrario: reforzó su abrazo maldito y lo convirtió en un cepo. Ahora la ansiedad nos gobierna, nos domesticó, aunque no hayamos querido.


La cuarta y última (con suerte) etapa es la terapéutica. La de la aceptación. El que escribe ya intentó meter un pie en esa puerta.Yo todavía no lo tengo claro: no sé quién quiero ser de grande. Pero sí sé lo que quiero hacer: dejar de competir. Entendí que no quiero ser parte del gran engranaje. Ahora lo sé: quiero aprender a conformarme. Con la sencillez, con todo lo que tiene algo de salvador. Para mí y para las almas que me rodean. Durante demasiado tiempo perseguí un sueño que no era mío, una quimera fabricada por las lógicas retorcidas que rigen la época que me tocó vivir. Yo de grande quiero ser yo mismo, y no lo que el sistema decidió por mí. Vivir de ideales, como un rebelde silencioso.


No hay lugar para todos en la gran calesita de “convertirse en alguien”. El mío se lo cedo sin drama al próximo afortunado ganador. Porque mi empresa excepcional, créanme, va a ser ser normal.


Venti Generazionali

Yo de grande quería ser alguien


Entradas relacionadas

Ver todo

Comentarios


© 2025 L' Idiot All rights reserved

bottom of page